martes, 15 de julio de 2014

Esas noches frías

Había llovido todo el día, y como era feriado se había quedado en su casa sin hacer nada...o sea, había descansado, que es algo muy importante. 

En el aburrimiento de la tarde mezclado con lo monótono de la programación televisiva, Javier había encontrado en su sillón un lugar ideal para dormir la siesta. Se le pasó un poco la mano y se mandó 3 horas, por eso ahora a las 23:37 está mirando el techo con absolutamente nada de sueño, ya está viejo para ponerse a contar ovejas así que se levanta a preparar té y saca un cigarro.

Es una de esas noches que le gustan...después de la lluvia hace un frío que te despierta el alma al sentirlo en la cara, además está ese olor a pavimento y tierra mojados que lo hace sentir mejor, lo reconforta. Pero esas noches frías también lo hacen sentir una imperiosa necesidad de ser creativo, más allá del propio deseo; lo siente necesario, siente que debe descargar de alguna forma esa obligación de querer expresar algo que ha tenido toda la vida, mejor dicho es la necesidad de expresar lo que realmente es.

Prende la radio, disco favorito adentro y saca una hoja de papel. Listo para que la vorágine inventiva haga lo suyo, dando rienda suelta al constructor de sueños escritos que lleva dentro. Al rato de mirar el papel en blanco se da cuenta que la noche probablemente va a terminar como tantas otras iguales, sólo con el anhelo de haber hecho algo...va a ser una noche olvidada en un par de días cuando la vida de mierda rutinaria siga adelante. 

La convicción de esta noche es diferente eso sí, siente algo distinto, siente que viene, el empujoncito de partida viene ahí...en alguna parte. No aguanta más el encierro, quizás liberar el cuerpo de las paredes ayudará a liberar la mente; Javier toma el abrigo, guarda los cigarros y sale a caminar a alguna parte, no sabe a dónde. 

Después de dar vueltas un rato y fumar mucho más de lo conveniente vuelve al departamento, se sienta y sabe por fin lo que debe hacer...tiene que escribir lo que sea, lo que sienta. La mejor forma para desahogar su alma no es escribiendo el quijote moderno, sino que escribiendo lo que necesite sacar.
La sinceridad de lo dicho reemplazará el talento inexistente, al menos en su concepción.

Ya sabe que mañana será un día mejor, porque ya entendió qué es lo necesario para coronar esas noches frías que tanto le gustan...la respuesta no podía ser más simple, tiene que ser él mismo, auténtico, sincero, simple. Las paredes mentales no tenían nada que ver con las físicas, las mentales se las estaba poniendo él mismo. 


Desde mañana Javier va a estar ansioso por que llegue la próxima lluvia...

lunes, 23 de junio de 2014

Otra vez ahí

Y se acaba otro día de trabajo igual que todos: rutinario, monótono, gris. Para no romper con la tradición camina como siempre por las calles de siempre, con la cabeza gacha directo a tomar el metro...ya va de vuelta a su departamento. Es todo lo que siempre soñó cuando joven el sucucho ese, todo patas arriba, la ropa tirada, sucio, con restos de comida por ahí, refrigerador lleno de las porquerías que le gustan...un paraíso, la verdad. A veces le dan ganas de que ese sueño de la independencia no se hubiese cumplido tan al pie de la letra.

Llegando a la estación a lo de siempre, sentarse a esperar el tren correcto, no tiene apuros así que lo suyo no es la premura del resto de la gente que pasa y tiene que llegar a estar con la familia o los hijos...no, lo suyo no es la prisa, es la espera, la contemplación. 

Para acompañar la espera saca los audífonos, en la música reside casi lo único capaz de darle felicidad, o tranquilidad al menos... es música, escribir y leer; nada más. Así se queda mirando a la gente, esperando. Y esperando qué podría preguntarse uno, y que va a ser, está esperándola a ella, como todos los días. Ella siempre llega en horas distintas, cuando llega.

Hoy parece ser uno de esos días de suerte, logra identificarla entre la muchedumbre, rápidamente se incorpora desde el asiento y siente ese mismo cosquilleo de la primera vez. Se acerca a ella y suben al vagón, como siempre transcurren todo el camino en silencio. Él la acompaña hasta que se baja, siempre lo hace en una estación distinta, lo de ella no es la monotonía que lo rige a él, quizás es una de las cosas que le gustan de ella. 

Ya fuera de la estación él la mira alejarse, quiere ver que no le pase nada. Después de un rato mirando así el horizonte por donde acaba de irse su amada se saca por fin los audífonos y choca con el murallón de la realidad. Lo mismo de todos los días de suerte, termina así, en alguna estación de metro preguntándose a sí mismo si será alguna vez realmente ella, la que de verdad espera, con quien viaje. Por hoy tendrá que enfilar de vuelta al departamento, a lo de siempre: supermercado, cerveza, vienesas y pan...mañana hay que levantarse a ese trabajo de mierda otra vez.